Es un trabajo artístico excepcional e interesante, en la línea
del impresionismo alemán del siglo XX, al que Jean-Paul Mabire
dedica su experiencia del dibujo, del grabado y de la pintura.
También es excelente su interés por Frida Kahlo, esposa
y discípulo de Diego Rivera, así como su interés
por escritores poetas vinculados al surrealismo, a los expresionistas
y a los creadores contemporáneos.
De este modo, nuestro artista normado se ha visto llevado a buscar el
impacto de una realidad sombría, destinada más bien a hacer
reaccionar que a seducir de manera sistemática.
Jean-Paul Mabire pinta la vida de forma cruda, con sus negaciones, su
dolor, sus gritos, sin menospreciar por ello los sencillos y tiernos instantes
fuera del tiempo. El artista sabe componer admirablemente lo esencial
de una anécdota y, en pocas líneas seguras y con conmovedores
colores, compone un universo extraño, trastocado, marcado de símbolos
y de puntos de referencia en los que reviven rostros más o menos
aplaudidos por la Historia, pero de un valor visual explícito,
gracias a su instinto febril e intrépidamente cáustico.
Esta pintura se transforma así en lenguaje, en la saga del ser
en busca de su destino, sufriendo su declive y sus debilidades, pero buscando
a pesar de todo una esperanza por el valor de las miradas orientadas hacia
extraños vuelos o impensables encuentros, con colores que también
alternan, de pesimismo o esperanza y de belleza.
André Ruellan
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